Se preparaba en una terriza de barro vidriado y un batidor de madera escrupulosamente limpios.
Eran desclarados los trece huevos, poniendo en la terriza las claras y en una cazuela aparte las yemas. Estas se batían poco, pero las claras era necesario agitarías intensamente hasta conseguir un punto de nieve fuerte.
Se mezclaban ambos batidos y se les iba agregando azúcar sin dejar de trabajar.
Más tarde se añadía poco a poco el aceite y por último la harina que anteriormente había sido pasada por un tamiz.
Todos estos ingredientes tenían que ser trabajados sin parar hasta lograr una pasta consistente y flúida.
Con cuchara de madera esta pasta iba pasando a unas canastillas de papel plisado preparadas al efecto. También solían emplearse unas cajitas cuadradas de papel de barba elaboradas a mano, o bien moldes de hojalata que debían estar bien limpios y mojados de aceite por dentro.
Estas pastas pasaban al horno que debía estar fuerte y sosegado.
|